Cuando uno visita por primera vez Irlanda y curiosea su historia, lo primero que sorprende es el importante peso que lo español tiene en la memoria de este país dividido en dos desde 1921. ¿Cómo es posible que esta lluviosa isla en la órbita de Londres tenga tan profundos lazos con la soleada España? La primera respuesta la tenemos en que ambos países mostraron desde siempre una férrea y entusiasta fidelidad a la fe católica, representada por el obispo de Roma, el Papa. La segunda es la conjunción de intereses estratégicos de la monarquía española, que en el convulso siglo XVI topó de lleno con la beligerancia de la emergente Inglaterra y vio en los irlandeses unos aliados dignos de fiar. La batalla de Kinsale, acaecida el 3 de enero de 1602, es una muestra de esta relación intensa pero desconocida por la mayoría de nosotros. En dicha batalla, los aliados irlandeses y españoles fueron derrotados por un ejército inglés que salió a cerrar el paso de la “invasión papista” que se había iniciado en octubre de 1601 con el desembarco de 3.700 infantes españoles en una playa del sur de Irlanda. ¿Cómo se había llegado a esta situación? En 1594 los jefes gaélicos del Ulster, Hugh O’Donnell y Hugh O’Neill, se habían sublevado contra la ocupación inglesa y habían puesto en jaque a las tropas de la reina Isabel venciéndolas en diversas batallas. Durante esta guerra Felipe II y Felipe III habían respondido positivamente a las demandas de ayuda de los clanes del norte de Irlanda, enviándoles dinero, armas y municiones. Éstos incluso se declararon súbditos de Su Majestad Católica, el rey de España. Llegó un momento en que los gaélicos solicitaron tropas españolas para socorrerlos y expulsar a los invasores. Tras varias demoras y fracasos por culpa del mal tiempo (una constante de las operaciones españolas en las Islas Británicas) la expedición real zarpó de La Coruña el 2 de septiembre de 1601. Se consideró oportuno fondear en el sur de Irlanda y no en el norte, donde estaba el grueso de las tropas rebeldes. Ésto no amilanó a los ejércitos de O’Neill y O’Donnell (unos 6.000 soldados), que marcharon decididos hacia el sur para encontrarse con sus amigos hispanos. Mientras tanto los ingleses habían movilizado a 10.000 hombres con los que pusieron sitio a Kinsale. Al llegar a las puertas de la ciudad los irlandeses se los encontraron y decidieron presentar batalla. Conocían las tácticas de combate de los Tercios españoles, especialmente las formaciones compactas de piqueros, que eran muy eficaces contra la caballería enemiga, pero no supieron o no pudieron aplicarlas y las cargas de los ingleses los pusieron en fuga. Fue entonces cuando la infantería española salió de Kinsale para evitar una carnicería, en opinión de algunos demasiado tarde. La coalición hispanoirlandesa tuvo 1.200 bajas de las cuales cerca de 100 fueron españolas. Días más tarde el general Juan del Águila capituló y entregó a los ingleses Kinsale y las otras fortificaciones que obraban en poder de los españoles. El socorro de Irlanda, tanto tiempo esperado, había llegado a su fin.
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